SUEÑOS
– “Iberia 6124, autorizado descenso nivel de vuelo doscientos.”
– “Autorizados nivel dos cero cero Iberia 6124.”
El viejo DC-10 quedó casi en silencio cuando el primer oficial puso los motores al ralentí e inició el descenso. Había sido un vuelo largo, los casi ciento ochenta pasajeros que transportaba desde Miami hasta Madrid iban dormidos con las luces de la cabina muy atenuadas y la mayoría tapados con mantas. Las azafatas apuraban su descanso antes de comenzar la rutina de preparación para el aterrizaje. En la cabina de vuelo había un ambiente relajado. El comandante del vuelo había permitido al primer oficial volar ese salto a excepción del aterrizaje. Era un vuelo especial y quería ser él quien lo culminara.
– “No ha estado nada mal para un viejo mecánico de vuelo, ¿verdad?»
Juan lanzó la pregunta al aire. El mes que viene cumpliría cincuenta y siete años. En su mirada había tristeza, más que tristeza melancolía. No quería dejar de volar, pero la compañía le prejubilaba. Era una especie en extinción y lo sabía desde que se firmó la compra de los nuevos Airbus. Sus compañeros cambiarían de flota, seguirían volando, aunque de otro modo. Las nuevas tecnologías, las cabinas con pantallas en lugar de cientos de indicadores, los controles electrónicos, los ordenadores de abordo…, habían propiciado la desaparición de su profesión. Ya no volverían a ser tres en la cabina. De ahora en adelante solo el comandante y el segundo.
– “Nada mal Juan, nada mal. Te echaremos de menos.”
Fernando, el segundo, le contestó mientras comprobaba alguno de sus instrumentos de vuelo. Cuando un piloto no tiene nada que hacer en la cabina es que algo está haciendo mal. Tenía veinticuatro años y llevaba uno volando para la compañía.
– “Anímate, Juan, piensa que a todos nos jubilarán, ya me gustaría estar en tu situación.”
– “No me entiendas mal, Fernando, no me puedo quejar. Soy joven, me queda una buena pensión y voy a pasar mucho tiempo con mi familia. Pero te aseguro que voy a echar de menos estar aquí arriba.”
Fernando empujó hacia adelante las palancas de gases en el pedestal central de la cabina, los tres motores volvieron a la vida manteniendo el gran avión a la altitud seleccionada
 
– “Madrid control, Iberia 6124 alcanzando y manteniendo nivel de vuelo dos cero cero.”
La voz del comandante hablando por radio con el centro de control les interrumpió. Fernando le miró; normalmente estaba más hablador, pero en este vuelo se había mostrado más callado que de costumbre, más ensimismado.
– ”Iberia 6124, recibido.”
El comandante de la aeronave miraba por la ventanilla a las estrellas. Siempre le había gustado volar de noche. Incluso en alguna ocasión había podido ver una aurora boreal desde treinta mil pies de altitud, sin duda uno de sus mejores recuerdos a bordo de aquel DC-10. Tenía dos motivos para estar callado: dos últimas veces. Era el último vuelo de Juan. Recordó su primer vuelo en la compañía, también fue su primer vuelo en el DC-10. Y en ese primer vuelo estaba Juan detrás de él. Esperaba haber empezado como todo el mundo volando algo más pequeño como el DC-9 o el B-727. Además no tenía preferencia por ninguno, le gustaban los dos. Parece que el hecho de ser el piloto más joven en entrar jamás a volar en la compañía le condicionó a las rutas de largo radio. Ahora mismo era el comandante más joven. En cuanto cumplió la edad mínima para serlo le ascendieron y, aunque no tuvo la oportunidad de dar saltos con los aviones más pequeños, se había terminado enamorando del DC-10 a pesar de la mala fama que había adquirido. Le gustaba, podía maniobrar con él, sentía que lo volaba de verdad. Admiraba el progreso de la nueva generación de aviones, pero él estaba a gusto en su cabina llena de relojes, de luces, de instrumentos y botones. Siempre bromeaba, decía «en realidad solo uso tres, el resto son para impresionar a las azafatas».
La otra última vez era precisamente la del DC-10; era la última vez que lo volaba, la última vez que sentía el olor característico de su cabina, sus asientos tapizados con borrego, sus ventanucos en el techo que siempre tapaba con una carta de navegación de la otra punta del mundo para que no le molestase el sol. En breve comenzaría el curso de los Airbus. Era un avión bonito, y tenía cuatro motores en lugar de tres del DC-10, pero sabía que nunca sería lo mismo.
La voz de Fernando le sacó de sus pensamientos.
– “Comandante, hemos acumulado algo de retraso.”
La corriente en chorro al atravesar el Atlántico no había sido tan fuerte como en otras ocasiones y habían tardado algo más de lo esperado en realizar el trayecto.
– “No te preocupes Fernando, a estas horas de la madrugada no creo que en control tengan inconveniente en que nos saltemos un poco el límite de velocidad. Ahora se lo comentaré.”
Fernando miró extrañado al comandante del avión, no entendía bien que pretendía pero al fin y al cabo es el comandante quien manda y no se atrevió a rechistar.
– “O.K. Mientras, me gustaría deciros que ha sido un honor compartir este vuelo con vosotros. El último de este DC-10 con el comandante más joven y uno de los mecánicos más viejos.”
Desde su posición, retrasada con respecto a los dos pilotos, Juan le dio una colleja a Fernando.
– “¡No me vuelvas a llamar viejo!”
– “Vamos hombre no te enfades, sabes que lo digo con cariño.”
– “Y lo malo es que tienes razón. Que sepas que yo llegué a ver los cuadros de Dalí colgados en el primer DC-10 que recibimos.”
– “¡Venga ya! ¿Ahora te quieres quedar conmigo?»
– “¡Qué poco sabes chaval! En aquella época recibir un avión nuevo, y más aún un avión como este, era todo un acontecimiento. Tanto que con el primero, el Costa Brava, le encargaron a Dalí que pintase dos cuadros para poner en los mamparos de separación entre clases.”
– “Sirena Alada de la Costa Brava y el Pastor del Empordà, si no recuerdo mal.”
Dijo el comandante sin prestar mucha atención. Intentaba pensar en otras cosas que no fueran ese último vuelo, intentaba distraerse. Tenía puesta la cabeza en la hora de llegada a Barajas, sobre las siete y media de la mañana. Quería terminar el papeleo rápido y marcharse a casa.
– ¿Y qué pasó con los cuadros?
Ahora sí, el comandante se volvió y mirando hacia el techo recordó la historia en voz alta.
– “El Costa Brava se estrelló a cien metros de la pista de Boston al poco de entrar en servicio. Había una tormenta muy fuerte, con mucho viento; seguramente se encontraron cizalladura. Por suerte nadie resultó herido, pero el avión quedó inservible y estuvo bastante tiempo tirado en el aeropuerto de Logan. La leyenda urbana cuenta que un operario de Iberia destinado allí se coló dentro del avión, descolgó los cuadros y se los vendió a un coleccionista. Pero no te lo creas, en realidad están en la sede de Iberia.”
– “Eso les pasó porque no iba yo con ellos.” Juan rió. “Comandante, es una gozada volar con usted, a ver si aprenden los niñatos como Fernando” y diciendo ésto le pasó la mano por el pelo como si de un niño se tratase.
– “Dejaros de chorradas y vamos al lío. Que hoy nos tenemos que ganar el sueldo. Quiero recuperar, si no todo, gran parte del retraso , así que me parece que toca hacer la bola de fuego. Os quiero atentos. Parece que tenemos un típico día de invierno frío pero despejado, así que por la meteo no os preocupéis. Fernando, en cuanto tome el mando te ocupas de la radio y la navegación y tú, Juan, ¿qué te voy a contar que no sepas a estas alturas? Voy a hablar con control a ver si nos toca uno majete. No me gustaría que alguno de nuestros pasajeros perdiese su conexión.”
Juan asintió mientras se abrochaba el arnés preparándose para lo que venía. Fernando miró con cara de asombro.
– “¿No has hecho nunca la bola de fuego?»
– “Nunca.”
– “Bueno, no te preocupes, siempre hay una primera vez. Te explico, iremos más rápidos de lo normal durante el descenso y la aproximación, bastante más rápidos, pero como te digo no te preocupes, yo volaré el avión, cuando lo haga la radio es tuya. No hay que hacer nada nuevo, es lo mismo de siempre pero a mayor velocidad.”
– “Tranquilo chaval, estamos en buenas manos.” Se oyó a Juan.
– “¿Madrid Control Iberia 6124?»
– “Adelante para Madrid Control, Iberia 6124.”
– “Llevamos algo de retraso y nos gustaría si es posible mantener alta velocidad durante el tramo de descenso y la aproximación.”
-“Mantenga la escucha 6124.”
Los tres tripulantes estaban expectantes. A ninguno le gustaba acumular retrasos, ni las malas caras del pasaje al despedir el vuelo.
– “Iberia 6124, vamos a ver, no tenemos ningún tráfico reportado en su ruta, así que puede mantener la velocidad a su discreción y bajo su responsabilidad. Proceda directo a golf eco y descienda a cinco mil pies, QNH 998.”
– “Abandonamos nivel dos cero cero para cinco mil pies, mantenemos velocidad a nuestra discreción bajo nuestra responsabilidad y procedemos directos a golf eco con 998, Iberia 6124. Gracias.”
– “Ya lo habéis oído, a trabajar. Juan, comienza con las listas de comprobación. Fernando, deja el avión en descenso manteniendo trescientos cincuenta nudos.”
– “¿Hasta abajo?»
– «A ser posible no llegues al suelo. Sí, hasta donde nos han autorizado, golf eco a cinco mil pies.»
– «Pero, ¿no se supone que por debajo de ocho mil pies no podemos pasar de doscientos cincuenta nudos?»
– “Nunca te acostarás sin saber una cosa más, Fernando. Esa limitación existe por dos motivos: ayudar a los controladores a manejar el tráfico y por el peligro de colisión con pájaros. A estas horas no hay mucho tráfico y esperemos que los pájaros no madruguen.”
– “Iberia 6124, Madrid Control, notifique cinco millas fuera de golf eco.”
– “Así lo haremos, Iberia 6124. Fernando, mío el avión; ya sabes, a cinco millas de golf eco avisas a control.”
– “Tuyo el avión.”
Fernando se concentraba y miraba de reojo al comandante volando, parecía muy seguro. A pesar de no haber realizado nunca esa maniobra, bola de fuego, se sentía tranquilo. Juan, que había abandonado su panel de control y colocado su asiento entre medias de los otros dos, estaba con las comprobaciones previas al aterrizaje. Leía en voz alta de una lista y Fernando comprobaba y le contestaba, aunque se le escapaba algún vistazo por la ventana. No recordaba haber volado tan rápido a esa altura nunca – son casi seiscientos cincuenta kilómetros por hora – pensó.
– “Iberia 6124, Madrid Control, desde presente posición proceda directo a charly papa lima, manteniendo cinco mil pies. ¿Me confirma que va a mantener la velocidad actual?”
Fernando miró a su izquierda sin saber qué contestar. Esa nueva autorización de la ruta a seguir le había pillado desprevenido. El comandante asintió con la cabeza y Fernando simplemente contestó un “afirma”.
– “Comprobaciones previas al aterrizaje efectuadas comandante” señaló Juan. “¿Aviso a las niñas?”.
– “Llama a la sobrecargo y que venga aquí para avisarle, no lo hagas por el micro, que sepa que vamos a ir rapiditos y no se asuste ninguna”. El comandante volaba el avión mientras contestaba, una mano en la palanca de control, los cuernos como lo llaman los pilotos, y la otra mano en las palancas de gases, controlando la potencia de los motores. La voz del controlador se escuchó por los auriculares.
– “Iberia 6124 está autorizado a aproximación I.L.S. A la pista 33 de Barajas, contacte con Madrid Aproximación en 119.2”.
– “Autorizados ILS a la tres tres, Aproximación en diecinueve dos, Iberia 6124, gracias y buen servicio.” La voz de Fernando temblaba un poco por la radio, estaba nervioso, tanta velocidad, tan cerca del suelo no le estaba gustando. Sin embargo parecía que el comandante y Juan lo estaban disfrutando, en sus caras había una media sonrisa. Alargó la mano hacia el panel de radios y seleccionó la nueva frecuencia.
– “Madrid aproximación Iberia 6124 como autorizados, buenos días.”
– “Iberia 6124 continúe aproximación es usted número uno, ¿me confirma su velocidad?»
– “Ahora mismo estamos manteniendo trescientos cinco nudos” (quinientos cincuenta kilómetros por hora aproximadamente).
– “¿No creen que van un poco rápido? Bueno, como están solos la aproximación a su discreción. Notifique establecido en el localizador.”
– “Así lo haremos, gracias.”
– “Tranquilízate, Fernando, no es la primera vez que hacemos esto, ¿verdad Juan?»
– “No es la primera y habrá más; bueno, para mí no. Me alegra que mi último aterrizaje sea así de movido.”
– “Ya, comandante, pero vamos al doble de velocidad de lo que marca el procedimiento y más altos también.”
– “Confía en mí.” Le dijo el comandante a Fernando muy seguro de sí mismo.
Al cruzar la baliza que marca el inicio de la aproximación final el DC 10 se estabilizó, más rápido, más alto, pero encarando la pista de aterrizaje de Barajas.
– “Establecidos en el localizador, Iberia 6124.”
– “Recibido 6124, autorizado a aterrizar pista 33, viento calma, contacte con torre en 118,5.”
– “Iberia 6124 autorizado a aterrizar pista 33, torre en dieciocho cinco, gracias.”
Al seleccionar la nueva frecuencia Fernando tenía un ojo puesto en la pista y otro en los instrumentos, le parecía increíble estar volando a esa velocidad.
– “Madrid torre Iberia 6124 autorizados a aterrizar pista 33.”
– “Iberia 6124 continúe aproximación.”
– “Comandante, no entramos, ¿preparo un motor y al aire?»
A Juan le divertía el nerviosismo de Fernando. Desde su asiento entre medias de los dos pilotos y un poco más retrasado le veía sudar, pasarlo mal, pero le divertía.
– “¿Estás seguro de que no entramos, chaval? Aún tienes mucho que aprender, observa al maestro.»
El comandante del vuelo 6124 no dijo nada al escuchar aquel comentario, viniendo de alguien como Juan era todo un cumplido, pero ahora tenía que estar concentrado. La maniobra de motor y al aire, es decir, volver a acelerar al máximo los motores y ascender sin tocar el suelo para un nuevo intento de aterrizaje, suponía un gasto extra para la compañía, un retraso mayor, la pérdida de conexiones para alguno de los pasajeros y un golpe al ego de cualquier piloto; no, no era una opción.
– “¡Vamos allá! “
Juan alcanzó el micro para comunicar con la cabina de pasaje y anunció a las azafatas la toma inminente para que sentaran en sus transportines y se abrocharan los cinturones. La mano del comandante retrasó las palancas de gases hasta el mínimo posible, y le pidió a Fernando que sacara los flaps a medida que fuese cayendo la velocidad. El copiloto seguía escéptico, pero no decía nada, simplemente se limitaba a obedecer y observar. Comenzó la maniobra final. Normalmente el avión va perfectamente establecido y estabilizado en esta fase del vuelo, pero no esta vez. El comandante inclinó un poco los cuernos y el avión quiso inclinarse hacia un lado, pero contrarrestó esa maniobra llevando el timón de dirección hacia el lado opuesto. Como resultado DC10 volaba de lado, con el morro arriba, en una posición poco ortodoxa, pero que ayudaba a perder velocidad y altura.
– “Fernando saca el tren y todo el flap ¡ahora!”
Rápidamente se comenzaron a escuchar los motores y actuadores hidráulicos que accionan el tren de aterrizaje y los flaps del gran DC10. Ahora si estaba bien configurado para el aterrizaje, pero seguían un poco rápidos y altos para la toma. La puerta de la cabina se abrió de golpe, entró la sobrecargo agitada, asustada.
– “¡Comandante! ¿Va todo bien? ¿Sabe que estamos volando de lado?»
– “Claro que lo sé, ¿qué haces aquí? Anda, siéntate y átate que llegamos al suelo ya.”
A pocos metros de suelo ya habían conseguido los parámetros correctos de velocidad y altitud por lo que el piloto al mando, el comandante, lo devolvió a la posición normal para un aterrizaje. Fue una toma muy suave.
Una hora después de haber puesto las ruedas en el suelo y después de haber acabado el papeleo la tripulación se despedía. A Juan le vino a buscar su mujer. Fernando se fue en su coche, pero el comandante usaba el autobús de la compañía. En casa tenía su propio coche. «Cuando me asciendan a comandante me compraré el Jaguar descapotable», siempre había dicho, aunque al final optó por un Porsche 911, eso sí, descapotable. De todas formas para ir y venir de trabajar prefería la ruta del autobús. La cogió al principio por un motivo: sabía lo orgullosa que estaba su madre cada vez que veía el autobús aparcado en el portal de su casa esperando a su hijo, y aunque le costaba cada mes un buen pellizco que le descontaban de la nómina le seguía pareciendo lo más cómodo.
– “Buenos días” saludó al chófer al subir. “Si no te importa hoy me dejas un par de manzanas antes de mi casa. No te lo vas a creer, acabo de llegar de Sudamérica y tengo que ir a hacer la compra.”
– “Como quiera, usted me avisa y yo paro.”
Llegaron a su barrio, iba solo en el autobús pensando en el vuelo de hoy. La gran mayoría de los pasajeros estaban medio dormidos o dormidos del todo y no se enteraron de la maniobra bola de fuego y ninguno les agradeció el esfuerzo que hizo la tripulación del 6124 para que no llegasen con retraso, pero era lo de menos. Había sido un buen último vuelo para el DC10 y para Juan y, con un poco de suerte, Fernando habría aprendido algo.
El súper de esos que abre veinticuatro horas o casi estaba vacío. Hacía frío y era muy temprano. No le gustaba comprar allí pero era lo único que tenía a mano en ese momento. Al doblar por el pasillo de los lácteos se tropezó con un niña pequeña, no más de cuatro años, que estaba correteando, jugando. Le pidió disculpas justo en el mismo momento en el que la madre de la niña le pedía perdón a él por el comportamiento de la pequeña.
– “Disculpe, señor, esta niña no mira por donde va.”
– “No se preocupe por favor, no ha sido nada.”
– «¿Sodie? ¿Eres tú?»
– “¡Pero bueno! ¡Silvia! ¿Qué haces aquí? ¡Cuánto tiempo!”
– “Pues mira, de camino a casa de mis padres y necesitaba algo para el desayuno de la niña ¿Y tú? Por el uniforme ya veo que estás bien.”
– No me puedo quejar. Y esta pequeñaja…, ¿quién es? ¿Tu sobrina?
– “Más bien mi hija.”
La cara de Sodie se ensombreció. Silvia había sido la primera mujer a la que quiso de verdad, desde el momento que la conoció hacía ya casi diez años. Siempre estuvo a su lado, acompañando, riendo, llorando, aguantando. Ella solo le tenía como un amigo, pero él hubiese querido mucho más. Entonces se acordó, Silvia estaba con José, un impresentable, comercial de seguros.
– “¿Tuya y de José? Entonces os va bien, ¿no?»
Silvia miró a Sodie a los ojos y no pudo contener las lágrimas.
– “La verdad es que no, nada bien. Le acabo de mandar a la mierda y por eso voy a casa de mis padres. Es un cabrón. Nunca me ha tratado bien, ni siquiera después de tener a la niña. Sodie, tenías razón, debería haberla tenido contigo, tú sí me hubieras tratado bien y nos hubieses querido…”
Sodie estaba sudando, abrió los ojos de golpe, tuvo unos instantes de confusión, de desorientación. Pronto cayó en la cuenta y en la realidad: todo había sido un sueño. Un sueño muy real, sí, pero estaba en la habitación de esa residencia y en breve vendrían a lavarle las enfermeras. Otro día más allí encerrado y ya había perdido la cuenta.

Autor: Alejandro Domínguez Domínguez

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